Aquí encontrarás algunos artículos que hablan de mí. y de mi producción literaria.
"Sombras del pasado"
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Con motivo del Día Mundial del Libro
Todo listo para recibir a María Ángeles Ovies y la presentación de su libro, mañana a las 18:00 h. en nuestra Asociación.
Hoy, tuvimos la suerte de asistir a la presentación del libro "Sombras del Pasado", de María Ángeles Ovies Iglesias, en nuestra Asociación Vecinal...y decimos suerte porque no siempre se conjugan cultura, sonrisas, música y tertulia.
Santander, 1935. Tres menores de edad son internadas por voluntad paterna en el Pabellón de Psiquiatría de la Casa de Salud de Valdecilla.
¿Cuál es la razón de este encierro? ¿Abuso de autoridad? ¿Discriminación? ¿Enfermedad mental?
Ninguna acepta el diagnostico. Su encierro, en una especie de fortificación laberíntica, provoca rebelión, desánimo y pesadillas:
“Me encontraba en un pasillo muy largo, desconocido, pero algo me decía que estaba en este psiquiátrico, sin embargo, estaba desorientada, como si buscara la salida sin encontrarla y ello me angustiaba”. (p. 162)
¿Encontrarán algún día la liberación Mary Paz, Visi y Cristina?
El psiquiatra, doctor López, ¿es una persona abnegada que sólo vive para sus pacientes o, al contrario, busca la vanagloria con su terapia innovadora? Tere, la enfermera, ¿tiene un papel protector con estas enfermas? o, al contrario, ¿es cómplice y confidente del psiquiatra?
Un drama que conmoverá al lector y, además, le hará reflexionar sobre la dualidad del ser humano, pero también sobre unas patologías que se conocen hoy en día y que, sin embargo, existían ya en el pasado. Son recuerdos y vivencias que surgen como Sombras del Pasado y en las que el lector quedará atrapado, tanto más que la guerra civil, al final de la novela, intensificará el drama.
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"El Embrujo de la Casona"
El misterio del desván"
Clamor de inocencia"
Primera edición. Abril 2012
Clamor de inocencia".
Poemario. Avril 2008
Sinopsis de
"El embrujo de la Casona. Del misterio al amor".
Esta novela es la segunda parte de “La señora Adela. El misterio del desván”: una historia de mediados del siglo XX, con un aspecto costumbrista de una villa provinciana del noroeste español, donde se mezclan fenómenos paranormales y apariciones.
En esta segunda parte, “El embrujo de la Casona. Del misterio al amor”, nos encontramos en la actualidad del siglo XXI, en el momento en que fallece Iris, nonagenaria. La protagonista ahora es Amy, su nieta, una joven atípica, moderna y emprendedora; comprometida en una misión humanitaria en África, donde vive un amor apasionado, El lector está inmerso en un ambiente totalmente diferente al de la Casona, nada deja pensar que Amy vivirá la misma experiencia que su abuela; sin embargo, a su muerte y tras un desengaño amoroso, Iris busca refugio en la casa familiar
Amy, pronto se ve inmersa en un universo fantasmático, donde se producen fenómenos paranormales y que en su día también obsesionaron a su abuela. Por otra parte, la joven tiene que luchar para afrontar dificultades financieras, Nada parece fácil, pero Amy es una guerrera y ningún obstáculo logrará vencerla, derrotarla. Cuanto más sufre, más se obsesiona por el misterio de la Casona, .
¿Se quedará atrapada en un mundo paranormal, como le había sucedido a su abuela?
¿Con los medios modernos e informáticos logrará Amy encontrar respuesta al misterio de esa casa hechizada?
¿Llegará Amy a gozar en la Casona del embrujo del amor, como les había sucedido a sus abuelos Iris y Florencio-Luigi?Con Amy sufrimos, lloramos y nos desesperamos, pero también soñamos y amamos. Nada nos dejará indiferentes, ni la psicología de los personajes, a veces compleja ni la intriga en la que el lector quedará atrapado.
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Sales a la calle aún sumida en las sombras de la noche, todo es silencio. No se ve un alma en las calles desiertas, te deslizas sigilosa, rozando los muros de las casas que dormitan ajenas a todo lo que sucede fuera, ignorando tu presencia. Eso es lo que buscas, lo que deseas, que nadie perciba que avanzas con paso apresurado, hundida la cabeza entre los hombros, como queriendo protegerte del entorno brumoso y helado. Como queriendo evitar a los raros transeúntes, en caso de que algún noctámbulo desperdigado tuviera la mala idea de cruzarse contigo. Levantas el cuello del abrigo, introduces las manos que comienzan a helarse en los bolsillos, vuelves la cabeza de vez en cuando, temerosa de que alguien te siga.
La sirena de la policía atraviesa la plaza de Colón y te detienes. Tu respiración se acelera, el corazón parece salírsete del pecho y te pegas aún más si cabe contra la pared desconchada de la casa.
Ha sido una decisión muy difícil de tomar. ¡Cuántas veces te has arrepentido a última hora! ¡El valor! Siempre te ha faltado el valor. Pero acabas de tomar una decisión y estás aterrada. Tu mano derecha va a buscar el contacto de algo en el bolsillo. Una superficie fría, lisa y suave que parece transmitirte cierto calor. Ese contacto te ayuda a avanzar, porque aún no estás segura de haber tomado la decisión correcta, porque ignoras las consecuencias, porque temes que todo te salga mal, que después de esta decisión tu situación empeore, que te prive de libertad, la poca, la mínima, que todavía te queda… ¡Libertad!... Qué paradoja, que te hubieran puesto ese nombre cuando precisamente estás privada de una existencia de persona libre… Y, sin embargo, no siempre fue así.
Hasta hace dos años, tu vida era normal, como la de cualquier otra mujer.
Eras feliz, a pesar de haber tenido una niñez humilde, pero con una educación de unos padres amantes y progresistas, republicanos convencidos que habían escogido el nombre de Libertad como para dejar bien clara una especie de reivindicación, soñando con lo que les había faltado a tus abuelos en una España de posguerra, católica, puritana y nacionalista. El cura había exigido que al bebé se le antepusiera un nombre de pila católico. Buscaron en el santoral algo que fuera neutro, diferente de María, tan trillado. Al parecer les supuso un quebradero de cabeza, hasta que se decidieron por Agustina. Agustina Libertad. Agustina quedó inmediatamente olvidado nada más salir de la sacristía y, cuando ibas a buscar algún papel oficial o que oías el apelativo de Agustina, te dabas la vuelta buscando quién podía llamarse así. Poco a poco todos te fuimos llamando “Liber” y tú, siempre pacífica, lo has aceptado como algo natural, algo evidente. Siempre has dejado que los otros decidieran por ti… hasta ese momento en que has cogido tu abrigo, tu bolso con las llaves y demás pertenencias y has cerrado la puerta para salir a un futuro incierto.
Imagino lo que te habrá costado tomar esta decisión. Te imagino deambular por las calles como una delincuente, me imagino con qué febrilidad buscabas el contacto suave y liso que te acompañaba en el bolsillo del abrigo; esa otra cosa que has preparado vacilante y que todavía no sabes si será tu perdición o tu liberación. Tu mano está húmeda por el sudor que te invade por momentos… ora un sudor frío, helado como el miedo, ora un sudor ocasionado por una oleada de incertidumbre que te hace sofocar. Unos altibajos provocados por el temor y la inseguridad. ¿Habré tomado la buena decisión? – te repites una y otra vez.
Te vas acercando a tu destino y empiezas a llorar. Las lágrimas se deslizan raudas por tu rostro, te ciegan hasta no poder avanzar y te paras, sacas un pañuelo y te limpias silenciosamente. ¿Y si volviera a casa, como si no hubiera pasado nada? −te preguntas, mientras que otra voz autoritaria te conmina a avanzar− Ya es demasiado tarde Liber, no puedes retroceder, sigue avanzando hasta la libertad.
Ya estás llegando, te paras y te suenas, cuestión de retrasar el momento. Empujas trémula la puerta. Te encuentras en un hall y un pasillo bordeado de bancos. Abres mucho los ojos. No esperabas encontrar a nadie a aquellas horas. Vacilas, retrocedes unos pasos, pero no te vas. Permaneces allí, encorvada dentro de tu abrigo, demasiado ancho, como si en los últimos días hubieras adelgazado, fundido como un objeto maleable expuesto a una temperatura insoportable. La temperatura del acoso, de la violencia y del dolor. Estás allí de pie, sin atreverte a respirar, mientras en un banco dormita un hombre en estado etílico y, sentado en otro, espera un hombre esposado, tal vez un ladrón, un ratero, al que han cogido con las manos en la masa. Más lejos, una vieja pintarrajeada, con el pelo rubio descolorado y un escote que descubre un pecho flácido y arrugado, fuma pacientemente, como la que está acostumbrada a comparecencias repetidas.
Tú no formas parte de ese mundo, tú has ido en busca de ayuda antes de cometer lo irremediable, en busca de protección. Los minutos te parecen interminables. Nadie se fija en ti. Los agentes de servicio parecen estar desbordados de trabajo y cansados. Es una rutina y esperan con impaciencia terminar el turno para volver a casa, para descansar.
Fuera el cielo comienza a clarear en medio de unos nubarrones que amenazan lluvia o nieve y que no dejan pasar los primeros rayos solares. ¡Qué bello amanecer si estuvieras en medio de los riscos de tu pueblo natal!... Allá donde huele a narcisos y crece la zarzamora, allá donde el cielo azul parece teñirlo todo de bonanza, de alegría, de inmensidad…
Ya va a ser tu turno. La mujer de guardia te mira con indiferencia, seguramente pensando: Una más y puedo irme a casa, donde me está esperando un café caliente, una cama mullida y acogedora…
Pero entonces, tomas una decisión. Te vas, das la vuelta y te vas precipitadamente. Oyes a la mujer que te llama: ¡Oiga! Y que luego comenta: Pero, ¿qué le pasa a esa?
Ya estás en la calle y comienzas a correr, hasta que llegas al edificio de Correos. Sacas la carta, manoseada, que tenías en el bolsillo. Una carta de ruptura. La miras como si no la hubieras visto jamás, sin embargo la has tenido cogida todo el tiempo, ibas aferrada a ella como al bastón que te ayuda a avanzar; la introduces en el buzón con una respiración contenida. Te dices que, a lo mejor, acabas de firmar tu condena porque no gozas de la protección de la policía. Esa protección que fuiste a buscar y que, a última hora, no has aprovechado.
Siempre has sido así, incapaz de tomar la decisión correcta. Nunca has estado segura de ti misma.
Tu decisión de huir, de liberarte del hombre que, desde hace dos años, te tortura, te hace sufrir, que es brutal en palabras y en actos, ha sido apropiada. Pero no has querido escucharme, te lo había dicho: No vuelvas a casa, busca refugio en un lugar desconocido. Yo no puedo albergarte, hermana, te encontraría inmediatamente. No me has obedecido. Has pensado que con tu amenaza de denunciarlo y con cambiar la cerradura bastaría, que ese monstruo desistiría de hacerse con su presa. ¡No me has escuchado hermana!
Y ahora te miro, contemplo tu rostro abotargado, entumecido, deformado… ¡Todo son cardenales!, se ha encarnizado contigo…ya no eres mi Liber, en pleno esplendor de la juventud, cuando aún te maquillabas los ojos azules, reidores como un cielo sin nubes, cuando dejabas tu larga melena lucir dorada como las espigas y oigo tu risa resonar jovial al menor descuido. Te recuerdo buena, sencilla, dócil… esa docilidad, esa bondad que dejaron entrar en tu casa al maltratador, al psicópata, ¡al asesino!
Y yo también me siento culpable, Liber, culpable por no haber sido más firme contigo, más autoritaria. Por no haberte prohibido tajantemente volver a casa, por no haberte obligado a huir, a poner tierra de por medio. Perdóname, hermana mía, por no haberte acompañado, por no adivinar que mi presencia te hubiera dado fuerzas, por no haber sabido protegerte como era necesario… peor aún, por no haber sabido enfrentarme a ese asesino malnacido. Lo siento Liber, lo siento hermana, porque en el último instante, en el momento preciso, ambas hemos adoptado decisiones inoportunas que nos han llevado a la catástrofe, ¡a tu muerte!
Relato premiado y publicado en la revista “Digresiones Literarias” Méjico.
Cabecita de pelo ensortijado,
ojos ciegos, chinitos y rasgados;
Olga una muñequita a ti te parecía
en el momento en que nacía
y mirabas admirado a tu hijita
tranquila y arropada en su cunita.
Más tarde asombrado tú la mirabas
viendo que Olga en la calle no jugaba
y que a los otros niños ignoraba
cuando el organillo alegre tocaba;
mas Olga interminablemente cosía
sin fin, a su muñeca una y otra vez vestía.
“¿Será normal, Isabel mía?
−asombrado tú me decías−
“¿Será normal una niña tan buena?”.
Yo sonreía y te respondía:
“Sí, José de mi vida”
y es que Olga a ti se parecía.
Feliz su vida transcurría
hasta que la guerra segó tu vida.
A La Finca de Pedregal
preguntando todos los días por ti iba
y siempre la misma negativa obtenía.
Tu hija no se daba por vencida
ante ellos porfiaba e insistía,
hasta que le dijeron un día
que si se empeñaba y volvía
tu camino ella seguiría.
Una adolescente inocente
que a su padre quería, que de madre hacía
y a las pequeñas de la aviación protegía;
en las largas colas con la cartilla
algo de comida pedía.
Tenaz y generosa, de ti lo heredó,
en huesos ella se quedó,
que −como tú− ella por todos se desvivía,
mas ¿qué otra juventud tendría
sin esta guerra parricida?
Olga me consuela y por mí se devela
como si una madre para mí fuera;
ante mi silencio y dolor,
dice con determinación
que eras de todos el mejor;
lo seguirá diciendo
así de generación en generación
para que tu memoria no termine
en un mísero socavón,
porque tu sepulcro será su corazón.
A Olga la vida le diste
y ahora sabes que gracias a ella
la vida no perdiste,
porque ella en su corazón levantó un altar
para que todos te podamos venerar.
"Entre amor y Odio"
Soliloquio de su madre Isabel a su esposo desaparecido el 4 de febrero de 1938
El bosque en octubre ofrece un paisaje maravilloso, con unas tonalidades que van del amarillo, pasando por el anaranjado, hasta el rojo. Una hojarasca densa cruje bajo los pies como en una mullida alfombra que amortigua nuestros pasos. A estas horas del día los rayos solares se cuelan entre las ramas de los árboles frondosos, como si quisieran llegar hasta nosotros para reconfortarnos de un incipiente relente. Sé que dispongo de dos horas para llenar mi cesta de mimbre con las setas que este año proliferan como nunca. Un otoño generoso que no durará mucho y una actividad que renuevo cada semana con Naska, mi fiel compañero, a quien dejo corretear en un libre albedrío. De vez en cuando lo llamo para que no se aleje demasiado y vuelve husmeando el suelo, como si fuera un buen sabueso trufero en busca de la preciada trufa por excelencia, pero que desgraciadamente es incapaz de encontrar. A veces me digo que debería adiestrarlo, porque dispone de un buen olfato.
Me dejo llevar por esta actividad entretenida y que reviste cierto misterio cuando alguna seta aparece ante nosotros como por arte de magia. De repente me doy cuenta de que me he olvidado de Naska; ya hace un buen rato que no lo oigo corretear y hacer cabriolas en una especie de danza jubilosa.
−¡Naska!
Levanto la voz, lo llamo sin resultado, muevo la cabeza un poco irritada al principio, inquieta al final. Naska, como buen labrador, es dócil y equilibrado; no es normal que no haya oído mis llamadas.
Me alejo del sendero y me adentro en la espesura del bosque, buscando entre cada claro, cada resquicio, de los frondosos árboles. No existe rastro de Naska; desando lo andado, giro a la izquierda, me aventuro a la derecha, pero Naska no aparece y me digo que lo mejor será regresar al lugar donde nos encontrábamos antes de que desapareciera. Seguramente me estará esperando allí. Trato de volver sobre mis pasos y me doy cuenta horrorizada de que estoy perdida, no logro orientarme y no encuentro el camino de vuelta.
Esta vez mi voz al llamar a Naska suena temblorosa y cada minuto que pasa me siento más angustiada.
No hay nadie en los alrededores, maldigo el momento en que preferí un día de semana para la recolección de los champiñones, en lugar de un fin de semana, cuando los bosques se animan de gente buscando un momento de ocio con su actividad favorita. Me es desagradable ser molestada por gente inoportuna que viene a ocupar el espacio que he elegido y ahora estoy aquí sola, sin contar con la ayuda de nadie… sin mi Naska. Siento que se me agarrota la garganta, aspiro profundamente mientras trato de controlarme, de recapacitar, de rememorar el paisaje inicial, cada detalle.
El sol ya está muy bajo, sus rayos ya no se cuelan entre las ramas de los árboles; tengo que darme prisa antes de que caiga la noche.
Llego a una encrucijada que creo reconocer y me repito más tranquila que voy por buen camino. De vez en cuando grito el nombre de mi perro y siento que mi voz pierde firmeza, se vuelve más ronca; no sabría decir si ello es provocado por mis continuos gritos o si es por la angustia.
Al borde del camino creo reconocer el cuerpo de Naska que está tirado en el suelo, inmóvil. Corro. Me precipito. ¿Está durmiendo?, ¿inconsciente?... no me atrevo a pensar en lo peor.
Ya estoy a dos pasos y me doy cuenta de que Naska yace en un lecho de sangre. Creo perder el conocimiento, se me nubla la vista y siento un frío recorrer mi cuerpo. Soy incapaz de poner un pie delante del otro, pero es necesario. Avanzo, lentamente, como un autómata desprovisto de cuerda.
Mi Naska, mi perro, mi amigo fiel, está muerto, sin vida, degollado, los ojos abiertos, vidriosos, como sorprendidos por una repentina agresión que le robó la vida en un minuto. Lo acaricio, le hablo, lloro… estoy anonadada.
¿Cuánto tiempo ha pasado? Imposible de definir. El universo entero se ha parado. Sólo estamos el cuerpo de Naska y yo. Cuando reacciono, las primeras sombras de la noche crean sombras tétricas, fantasmagóricas. Los árboles parecen cobrar vida de manera agresiva, como si quisieran venir a por mí.
Al tener conciencia de un entorno inhóspito, reacciono y una idea cobra forma, me invade los sentidos: la persona que ha sido capaz de matar a sangre fría a un animal sin defensa; la persona que se ensañó con Naska, sin razón alguna, puede estar ahí, al acecho, observándome, esperando el momento de actuar conmigo como con mi perro y de nuevo me invade un temblor, un frío mortal.
Trato de escudriñar el entorno, de descubrir al monstruo capaz de un acto tan ignoble. Me levanto con sigilo, queriendo pasar desapercibida, sin hacer ruido, consciente de que corro un peligro inminente.
Quisiera gritar, pero estoy áfona, muda. Lloro con lágrimas silenciosas. Todo mi ser está en tensión, queriendo pasar desapercibida. Tengo que ocultar mi dolor para no ser vista.
Un paso, dos pasos, tres… Naska se queda a mis espaldas, abandono a mi ser querido… a la vuelta del camino tengo que adentrarme de nuevo por un estrecho sendero abrupto, entre pedruscos y una tierra resbaladiza. Titubeo, tropiezo, resbalo, caigo y me levanto como puedo. Las lágrimas anegan mis ojos, me late el corazón, pero tengo que salir de este infierno. Me maldigo por no haber cogido una linterna. Pienso en mi teléfono, tanteo en el bolso. ¡Qué estúpida no haber pensado primero!
No tengo conexión. Es normal, pero la luz de mi celular me ayudará a salir de este laberinto… y entonces, en ese preciso momento, ¡lo veo!
¡Horror!, pánico, veo una forma que me espía detrás de un árbol Estoy despavorida, cierro los ojos como si no quisiera ver lo que me va a suceder y cuando los vuelvo a abrir, la forma ha desaparecido.
Estoy paralizada, incapaz del más mínimo movimiento. El teléfono cae al suelo porque lo he soltado sin darme cuenta.
Quiero correr y no puedo, mis piernas no avanzan; quiero gritar y no puedo, estoy invadida por el miedo. Es una sensación extraña, de impotencia, de sideración.
Vuelvo a distinguir esa forma humana que aparece y desaparece detrás de los árboles, ¿como si quisiera jugar conmigo?
Es necesario escapar de esta trampa, salir de este infierno que me aterroriza. Pero no puedo, sigo clavada en el suelo, paralizada.
De repente siento unas garras velludas que me aprietan el cuello. Oigo su respiración entrecortada, me penetra un olor animal, de bestia salvaje.
Me va a ahogar, me va a matar como a Naska y no puedo defenderme, un miedo supremo me impide todo movimiento. Estoy bañada en sudor, la ropa se me pega al cuerpo mientras esas garras de largas uñas, de ave rapaz, me levantan el pelo y unos labios babosos me besan el cuello.
Es la fracción de un segundo, no necesito más para comprender que esa bestia humana me va a violar… antes de mi muerte ineluctable.
Sacando fuerzas inhumanas, de lo más profundo de mis entrañas grito ¡¡¡No!!!
Después caigo en un pozo negro sin fondo a una velocidad vertiginosa.
¿Dónde estoy?, ¿es el infierno?, ¿es el cielo?... Ahora, mis ojos perciben una claridad, las garras se han transformado en unas manos blancas y finas; pero sigo gritando y me agito de manera incontrolada, mientras un ser desconocido trata de inmovilizarme.
Oigo una voz que sale de ultratumba: “Amanda, ¡cálmate!, ¡tranquila, Amanda!”.
Estoy consciente, no he muerto y delante de mi tengo a mi marido que me mira asustado, mientras me habla y trata de calmarme acariciándome el pelo, el rostro, cubriéndome de besos.
−Soy yo, mi amor ¡por favor! Has tenido una pesadilla espantosa. Conociéndote, no me extraña. Ya te he dicho que este libro, con la leyenda del basajaun , te iba a impresionar. Eres demasiado sensible, no es razonable que lo leas antes de dormirte.
Cuando coge del suelo el libro de Dolores Redondo, su voz aún me llega como un eco lejano y yo sigo pensando en ese momento de ¡terror!... En esa pesadilla que jamás podré olvidar.
Según la leyenda “un basajaun es una criatura real, un homínido que mide unos dos metros y medio de alto, con anchas espaldas, una larga melena y bastante pelo por todo el cuerpo. Habita en los bosques, de los que forma parte y en los que actúa como entidad protectora”. (p. 124. El guardián invisible)
Testimonios escritos
Leer ha de ser un placer, la mejor manera de viajar con la imaginación, una manera de evasión y de ensoñación. Un palpitar al unísono de los personajes: sufrir, reír, identificarnos con ellos. Leer despierta sentimientos recónditos que dormitan en nuestro subconsciente como en una terapia beneficiosa, rejuvenecedora, purificadora...
Pero a veces el pasado nos alcanza, nos invade y hace resugir recuerdos vividos o heredados que reabren heridas y hacen sufrir. El único remedio se encuentra en el refugio del amor, del respeto y la veneración por los seres queridos. La prueba está en este libro de "Los rostros y los nombres" que acaba de salir a la luz. En él aparecen cuatro miembros de mi familia.
Tú, querido abuelo, eras uno de ellos, ibas en el "turno de la muerte"
"Los rostros y los nombres”, consta de 17
testimonios escritos por los descendientes de las víctimas de la represión franquista. En él se recogen vivencias de los represaliados, de los campos de concentración, sobre la masonería y el “turno de la muerte”.
"Los rostros y los nombres” se presentó en el Museo de la Historia Urbana de Avilés (MHUA) poniendo el broche final a las III Jornadas de Memoria Democrática impulsadas por la Plataforma por la Defensa de los Servicios Públicos de Avilés.
"Pablo González Castañón coordinador del libro, señalaba que “La obra recoge los testimonios de 17 personas de Avilés y su comarca, cuyos nombres se encuentran en el muro dedicado a las víctimas de la represión franquista ubicado en La Carriona”, La base de la publicación son los relatos y las fotografías que las familias de los fallecidos han aportado. Se recogen también vivencias de los campos de concentración, sobre la masonería y el “turno de la muerte”. Este último corresponde a unos trabajadores de la Fábica de Acidos, de la Asturiana de Zinc en Arnao, que no se supo nada más de ellos tras entrar a su jornada laboral".
Como ya he dicho anteriormente, entre esos trabajadores se encontraba mi abuelo José Iglesias, apodado Solano. En el libro va incluido mi testimonio, así como los de otras dos víctimas de mi familia: Angeles Bobes Alvarez, desaparecida y Emilio Alvarez, fusilado en Gijón.
"Se recuerda asimismo la historia de Esario, quien fuera secretario del Ayuntamiento de Avilés por aquellos años y que fue fusilado junto a su hijo.
Los avilesinos también estuvieron presentes en los campos nazis. María Luisa Ramos nunca llegó a Mathaussen, pero su historia se da a conocer a los lectores gracias a su nieto y a una historiadora encargada de recuperar los hechos. Esta iniciativa no acaba ahí. El Ayuntamiento de Avilés completará pró-
ximamente nuevas actividades en el cementerio de la Carriona para recordar la historia de la villa y homenajear a las víctimas del régimen franquista".
Fragmentos de el periódico La Nueva España. 24 de noviembre de 2021. Periodista Mónica Casado.
Queridos lectores:
Os preguntaréis quién soy, qué valgo como escritora.
Soy como una pepita, escondida dentro de una calabaza, formando un piño con tantas otras, como en un estuche cálido y dorado, arropado por la pulpa que crece, madura y se vuelve jugosa hasta estar lista para ser degustada llegado su momento. Ella es la pulpa de escritores célebres, la ambrosía del descubrimiento único que crece como la espuma, la obra por la que se pelean los lectores por múltiples razones.
La pepita anónima se ignora, se desecha estimando que es inservible y, si por casualidad, esa pepita se cuela entre la pulpa, la sensación de sorpresa no dura más que unos segundos, el tiempo que resbala sin tropiezo… ni un resquemor ni un agobio... nada de gran importancia. Esa pepita es rápidamente olvidada.
Pero si de casualidad alguien conserva esas pepitas y las prepara para enterrarlas en el vientre de la tierra madre, para hacerlas germinar, fructificar, siempre habrá alguna pepita suficientemente resistente, fuerte y luchadora para realizar el milagro de dar vida a otra calabaza, como en una resurrección.
Todo escritor, por muy anónimo que sea, escribe con la esperanza del milagro de encontrar a una persona atenta y generosa que, como un demiurgo, haga resucitar la obra literaria, le dé vida y que, lo que no era más que una insignificante pepita, perdure y se vuelva una nueva promesa.
Aquí encontraréis algunos de los textos o fotos que aparecen en mi grupo "Amantes de Avilés y la literatura" en FACEBOOK. sI te interesa puedes participar en él..